¿Por qué no tiene importancia «sentirse bien»?
En la psicología tradicional se ha instalado la idea de que «lo importante es sentirse bien», hasta tal punto de que la inmensa mayoría de profesionales y de la gente en general están plenamente convencidos de ello.
Esta idea se basa en el siguiente argumento: puesto que la realidad sólo la experimentamos a través de nuestro cerebro, lo que importa no es la realidad en sí misma, sino cómo la percibimos. Por tanto, lo importante no es estar bien sino sentirse bien. Lo importante es lo subjetivo y no lo objetivo.
Esta forma de pensar, aparentemente inofensiva, encierra una gran perversidad y, sobretodo, un gran error. Aunque ahora no veamos la relación, esta idea es exactamente equivalente al refrán, muy popular, «ojos que no ven, corazón que no siente» y similares. Ideas de las cuales ya no estamos del todo convencidos de que sean correctas.
El problema que subyace de fondo es la ineptitud con que la psicología tradicional trata los niveles objetivos y subjetivos de la realidad y el olvido crónico de la naturaleza biológica humana. Me explicaré.
Cuando hablamos de la importancia de una cosa para los seres humanos, ¿de qué estamos hablando? ¿importancia para qué? ¿qué es lo verdaderamente importante para un ser humano?
La psicología tradicional evita, por todos los medios, plantearse estas preguntas, justificándose en que son demasiado evidentes o en que todo el mundo ya lo sabe. Bien, es cierto, todo el mundo ya lo sabe, pero ¿porque no lo podemos decir? ¿es que tememos lo que pueda pasar si lo decimos?
Cuando les pregunto a mis alumnos qué es lo verdaderamente importante para un ser humano, no les cuesta mucho encontrar la respuesta: sobrevivir. ¡Sí!, efectivamente,
S O B R E V I V I R |
Esta respuesta parece demasiado elemental, y, sobretodo, es tan evidente que parece que poco hay que decir sobre ello. Así, la psicología tradicional no nos dice nada sobre cómo sobrevivir, sino que prefiere hablar de otras cosas mucho más «elevadas» e «importantes». La biopsicología, por el contrario, prefiere hablar de la supervivencia y no le interesa en absoluto lo que no tenga que ver con ella.
Sobrevivir significa vivir son salud el tiempo suficiente para lograr tener éxito en la reproducción. De hecho, deberíamos decir, si quisiéramos hablar con exactitud, que lo verdaderamente importante es reproducirse con éxito, ya que este es el único objetivo de todo ser vivo. Ahora bien, dado que para reproducirse es imprescindible sobrevivir lo suficiente, se suele reducir la cuestión al hecho de sobrevivir.
El ser humano puede reproducirse de dos modos completamente distintos e independientes. Puede reproducir tanto sus genes como su cultura y ambas formas de vida son igualmente importantes, aunque parece que la última va imponiéndose sobre la primera. El ejemplo de los hijos adoptivos sirve muy bien para entender el papel de la reproducción cultural. Pero sea lo que sea lo que reproduzcamos, lo que ahora nos interesa es comprender que es imprescindible sobrevivir para poder reproducirse. Y no de cualquier modo, sino con la suficiente salud para poder ofrecer a nuestros hijos las mayores oportunidades posibles de éxito en su supervivencia.
Es cierto que actualmente es mucho más difícil morir que hace dos siglos y que nos parece que el problema de la supervivencia está casi superado. Pero lo que no apreciamos es la calidad de la vida que gozamos. Sí, sobrevivimos, pero ¿con qué calidad? ¿cuál es el éxito reproductivo que logramos? ¿cuántos hijos aprovechan y superan los logros de sus padres? Conozco cientos de familias en las que sus hijos no logran aprovechar los aparentes éxitos económicos y culturales de sus padres. Hijos de padres universitarios que no quieren estudiar, hijos de padres con alto nivel económico que fracasan en los estudios y laboralmente, hijos de empresarios que acaban arruinando el negocio, cuando no ocurren cosas peores que afectan directamente a su salud, etc. De hecho, no hay nada más triste en la vida que vivir lo suficiente para ver el fracaso (de salud, cultural, laboral, económico, social, etc.) de nuestros hijos.
No nos morimos con tanta facilidad como antaño, pero seguimos fracasando en lo principal, a saber, en nuestra reproducción (sobretodo la cultural). Así que, cuando hablamos de supervivencia debemos entender aquella que tiene la suficiente calidad para reproducirnos con éxito, es decir, para lograr que nuestros hijos sean mejores que nosotros, que estudien más, que gocen de mejor salud, que se desarrollen más en su actividad laboral, que alcancen un mejor nivel socioeconómico, etc. Entendida así, podemos darnos cuenta de que la (calidad de la) supervivencia sigue siendo el gran problema de los seres humanos.
Pues bien, si es verdad que lo importante sigue siendo sobrevivir (aunque nos siga pareciendo una perogrullada), replanteemos la idea inicial: «lo importante (para sobrevivir) es sentirse bien». Dicha así, puede que ya empecemos a ver que algo no cuadra en esta idea, que algo puede fallar.
¿De qué modo puede ayudar a sobrevivir el hecho de sentirse bien? Pongamos ejemplos. Si nos tomamos una buena dosis de alcohol, probablemente nos sentiremos muy bien, alegres, satisfechos, exuberantes. ¿Pero esto nos ayuda a sobrevivir? Todos sabemos que el alcoholismo es una enfermedad, no sólo porque afecta al buen funcionamiento de nuestros riñones, sino porque altera nuestro comportamiento (cerebro) poniéndonos en situaciones de grave peligro. Pero no olvidemos que cuando tomamos alcohol nos sentimos bien.
Lo mismo ocurre con una persona temeraria. Ante un grave peligro, se siente bien, no tiene miedo, no siente terror, le encanta «segregar adrenalina». Por lo tanto, incurre en comportamientos que ponen seriamente en peligro su vida y que, tarde o temprano, acabarán con ella. Aunque habrá muerto, tendremos el «consuelo» de que murió sintiéndose bien.
Nuestra vida cotidiana está plagada de ejemplos en los que nuestro sentimiento no nos ayuda para nada a sobrevivir. Un estudiante despistado que cree que ya se sabe la asignatura, es decir, se siente bien con respecto a lo que sabe de ella, luego suspende estrepitosamente. Un ladrón de carteras tiene éxito cuando consigue su objetivo haciendo que la victima se sienta bien, es decir, no se dé cuenta de que está siendo robada. O nos sentimos bien comprando una cosa completamente inútil que muy pronto olvidaremos en cualquier rincón de la casa.
¡Y qué diremos de los llamados «desengaños»! ¿Quién no ha tenido desengaños y decepciones en su vida? Los desengaños se producen cuando aquello que nos hacía sentir bien luego se demostró que era falso. Nos sentíamos bien y luego resultó ser un fracaso, nuestra percepción nos había engañado. Nuestro «amigo» nos abandonó, nuestro «socio» nos robó, nuestro «compañero» nos delató, nuestro «padre» nos maltrató, etc.
En resumen, los hechos de la vida cotidiana nos revelan que sentirnos bien no está directamente relacionado con nuestra supervivencia, no nos ayuda necesariamente a sobrevivir. Por supuesto, podríamos poner otros ejemplos en los que sentirse bien (o mal) sí que ayuda a sobrevivir. Pero, como veremos, el hecho importante es que no siempre es así.
Por lo tanto, este breve repaso a un buen número de hechos y ocasiones en los que sentirse bien, no tan sólo no contribuye sino que perjudica seriamente nuestra supervivencia, es más que suficiente para darse cuenta de que «lo importante es sentirse bien» es un error.
Esta conclusión, no obstante, nos deja huérfanos, sin respuestas a algo que nos parece fundamental, a saber, ¿qué importancia (para sobrevivir) tienen nuestros sentimientos? Y, por otro lado, todos deseamos sentirnos bien, además de poder sobrevivir.
La respuesta a estas cuestiones depende de que seamos capaces de clarificar qué son las emociones y los sentimientos, y cuál es su función. Evidentemente, la psicología tradicional ha evitado desde siempre aclarar este asunto. Se conforman (es increíble) con decir que las emociones son respuestas genéricas del organismo ante ciertos estímulos y que se expresan como alegría, dolor, miedo, etc., o algo parecido. Hay quienes, incluso, le añaden la coletilla de que las emociones son un disturbio de la paz y de la armonía humanas. En fin, esto y decir nada es lo mismo. Con tales argumentos no es extraño que la psicología no tenga ningún predicamento en el mundo de la ciencia.
La formulación correcta de la función de las emociones la elaboró Alexander Wukmir hace más de 30 años, aunque, por desgracia, ha sido, y sigue siendo, ignorada por la psicología tradicional.
De forma sintética, Wukmir planteó:
1) el comportamiento humano está directa y exclusivamente dirigido por las emociones.
2) las emociones son un mecanismo biológico (fundamentalmente cerebral en nuestro caso) que calculan (valoran) la idoneidad de cada situación para la supervivencia del organismo (persona).
3) como todo mecanismo físico (biológico), las emociones están sujetas a múltiples interferencias, que producen un gran número de errores en el cálculo (valoración) de cada situación.
El primer punto afirma el valor supremo de las emociones, por encima de toda capacidad lógica o racional. Todo lo que hacemos, tanto si nos beneficia como si nos perjudica, lo hacemos por mandato directo de nuestras emociones. Nunca podemos actuar en contra de nuestras emociones, aunque a veces nos lo parezca. Para comprender esto, hay que tener en cuenta que nuestros pensamientos, razonamientos y disquisiciones contribuyen a elaborar nuestras emociones (y no al revés).
Pensemos en el simple ejemplo de comprar una mesa. Es cierto que pensaremos en los pros y contras de cada modelo, calcularemos medidas, etc., pero al final, nuestra decisión será emocional. Precisamente, las personas que tratan de tomar decisiones sin que sus emociones intervengan (lo cual es imposible por mucho que lo intenten), utilizando sólo su pensamiento racional, son incapaces de llegar a ninguna decisión, siempre encuentras fallos, contra-argumentos, etc. Lo único que acaban haciendo es simplemente «comerse el coco» y nada más.
Esto debería ser evidente para todos, pero nuestro orgullo pueril nos impele a proclamar la supremacía de la razón por encima de las emociones. No pasa de ser un simple eslogan. Cada día, nuestro cerebro tiene que tomar millones de decisiones y no tiene tiempo para razonamientos y cálculos lógicos. Nuestra pequeña razón es demasiado lenta y vulnerable para tomar las riendas de nuestro comportamiento. Afortunadamente, contamos con un buen sistema emocional que actúa con rapidez y diligencia, gracias a un diseño sofisticado, fruto de la evolución durante cientos de millones de años.
Además de reconocer que nuestro comportamiento está determinado por el sistema emocional, el segundo punto afirma que la función de las emociones es guiar a nuestro organismo por el sendero de la supervivencia. Dicho de otra forma, que el sistema emocional es inteligente. Las emociones nos indican cual de los caminos o alternativas favorecen más nuestra supervivencia. Y para lograr hacer esto, debe procesar una gran cantidad de información (entre muchas otras, la proveniente de nuestro pensamiento o neocórtex).
Es decir, que si sentimos alegría, por ejemplo, quiere decir que nuestro sistema emocional ha calculado (valorado) que la situación en la que nos encontramos es positiva para nuestra supervivencia. Y si lo que sentimos es temor o angustia es que nuestro sistema emocional calcula (valora) que la situación es perjudicial.
El problema de las emociones, lo que nos incomoda tanto de ellas, es que se equivocan. Este es el tercer punto. Sería muy distinta nuestra vida si las emociones siempre nos indicaran el camino correcto realmente. Esto podría ser así, si las emociones fueran nuestro «ángel de la guarda», un ser espiritual (no material) que no estuviera sujeto a interferencias ni a degradaciones. Pero las emociones surgen de la actividad física de nuestras neuronas cerebrales, que son de «carne y hueso», físicas y materiales.
Todos sabemos que cualquier aparato puede estropearse o funcionar incorrectamente debido, sobretodo, a un mal uso o a un abuso del mismo, a golpes, sobretensión, defectos de fabricación, etc. Exactamente lo mismo ocurre con el sistema emocional, que reside dentro de nuestro cerebro. Involucra el funcionamiento de miles de millones de neuronas y a miles de billones de conexiones neuronales (una barbaridad). Pero a pesar de ser un aparato realmente robusto y seguro (gracias precisamente a su enorme complejidad que le otorga mucha redundancia), no deja de ser un aparato, es decir, algo físico susceptible de ser alterado, roto, manipulado, degradado, estropeado, etc.
¿Cuántos mensajes engañosos tratan de alterar nuestras emociones? Actualmente estamos literalmente rodeados de mensajes cuyo único fin es alterar el buen funcionamiento de nuestras emociones. Me refiero a todo tipo de publicidad, por ejemplo. Es muy difícil sobrevivir, hoy en día, ante tamaño coso y derribo practicado sistemáticamente sobre nuestro sistema emocional. La economía se beneficia pero nuestra salud no.
¿Y qué tenemos que decir de nuestras relaciones interpersonales? ¿No tratamos de engañar el sistema emocional de la pareja, hijo, jefe, cliente, vecino, amigo, policía, funcionario, etc. para que las cosas discurran según nuestros intereses? No tenemos otro remedio que tratar de que nuestro interlocutor no se enfade con nosotros, a pesar de que pudiera tener motivos para ello.
En definitiva, tenemos que tener en cuenta que la emoción (cálculo o valoración de la favorabilidad de supervivencia) puede ser errónea, debido a interferencias en nuestro sistema emocional. Es decir, puede ocurrir perfectamente que ante una situación verdaderamente peligrosa para nuestra supervivencia, sintamos alegría. Así, un joven siente alegría cuando abandona, por fin, los estudios primarios para dedicarse a lo que él siente que es verdaderamente importante: ganar dinero. Se siente bien, pero su emoción es errónea y el resultado es perjudicial para su supervivencia. ¿Qué interferencias externas han producido en su cerebro una emoción tan errónea? Este es un tema para otra ocasión.
En consecuencia, lo verdaderamente importante (para sobrevivir) de nuestras emociones, es que coincidan o se correspondan con la realidad, mientras que de otro modo, son realmente un peligro. Como decía Wukmir, «las emociones son siempre reales, pero pueden no ser verídicas» y que «lo importante (para sobrevivir) es que las emociones sean verídicas».
El mecanismo de las emociones puede comprenderse fácilmente si imaginamos que somos un barco que se gobierna mediante un piloto automático, guiado por una brújula que señala en cada momento el camino que vamos a seguir. El barco siempre obedece a la brújula (emociones), es decir, va hacia donde señala la brújula, que está especialmente diseñada para conducirnos en la difícil tarea de sobrevivir.
Es muy importante comprender que una emoción negativa es tanto o más importante que una emoción positiva, si nuestro sistema emocional no nos engaña. Ante un peligro, del tipo que sea, es imprescindible que podamos detectarlo y escapar de él y sólo contamos con las emociones. En la medida en que nuestro sistema emocional no actúe correctamente, nos conducirá irremediablemente hacia situaciones perjudiciales para nuestra supervivencia.
Pero, la brújula puede señalar el camino incorrecto si existen influencias externas que alteran su buen funcionamiento. De ahí que, lo importante para el barco no es que la brújula señale a un sitio determinado (en nuestro caso, emociones positivas), sino que la brújula funcione bien.
Nuestro bienestar y supervivencia dependen, no de nuestras emociones, sino de que estas se correspondan con la realidad, es decir, que sus indicaciones se correspondan con la situación real. Nuestro interés primordial debe ser mantener el sistema emocional lo más libre posible de interferencias, reduciendo los errores al mínimo.
Lo importante para sobrevivir es que yo sienta alegría cuando la situación en la que me encuentro sea realmente favorable para mi supervivencia, y que sienta miedo cuando la situación sea realmente peligrosa para mi supervivencia. Por el contrario, si siento alegría cuando la situación es peligrosa o siento miedo cuando la situación es beneficiosa para mi supervivencia, mis emociones no sólo no me ayudan a sobrevivir sino que me conducen irremisiblemente hacia la enfermedad y la muerte.
Tanto el drogadicto que se siente bien consumiendo sustancias que ponen en peligro su vida, como la joven anoréxica que se siente mal al comer, tienen el mismo problema: sus emociones, aunque reales, no son verídicas, es decir, no calculan (valoran) la situación correctamente. De ahí que sus emociones, independientemente de que sean positivas o negativas, les perjudiquen gravemente, puesto que el drogadicto buscará afanosamente las sustancias y la anoréxica rechazará con fuerza toda comida.
Sentirse bien (o sentirse mal) no quiere decir nada, ya que lo importante (para sobrevivir) de los sentimientos, es si se corresponden o no con la realidad. Deberíamos, pues, sustituir la tan famosa y falsa idea de que «lo importante es sentirse bien», por
«lo importante es que las emociones (sean positivas o negativas) se correspondan con la realidad». |
Debería ser una asignatura obligatoria en la formación de los jóvenes el aprendizaje de las emociones, es decir, aprender a conocerlas, a reconocerlas y, sobretodo, a reconocer cuando fallan o no expresan correctamente la realidad, es decir, cuando nos engañan. Desarrollar mecanismos de ajuste y rectificación del sistema emocional es de suma importancia para la supervivencia ya que, cada vez más, las interferencias externas sobre nuestro sistema emocional son mayores.
Para ello, es imprescindible el aprendizaje de la soledad, ya que sólo en soledad pueden reducirse las interferencias externas a nuestro sistema emocional. Soledad y silencio son dos condiciones necesarias (y probablemente suficientes) para realizar el mantenimiento y ajustes necesarios de nuestro sistema emocional. Pero a nuestra sociedad le horrorizan tales experiencias. De ahí que no nos deba extrañar en absoluto la gran desorientación emocional de la población en general. Evidentemente, esta nueva idea es más compleja que la primera y, por tanto, más difícil de comprender, pero he tratado de hacer ver que la primera es errónea, mientras que la segunda no. Nadie debería pensar que la psicología tiene que ser una ciencia fácil.
Fuente: Tesis Doctoral de E. Barrull, (2000).